Agorafobia: Vivir encerrado en una cárcel mental
Sé que se esconde debajo de mi cama. Su aroma se impregna en mi ropa y me desespera, me desespera que la lavadora no sea capaz de destruir su perfume a miedo.
Miedo, así llamo al que habita debajo de mi cama, he intentado hacerme su amiga, pero no me ha dejado. No entiendo por qué está enfadado conmigo, cada vez que deseo hacer algo me pide que no lo haga.
Un día decidí exterminarle, como una fumigadora fui dispuesta a expulsarle de mi vida. No estaba donde siempre, pensé que por fin me había dejado ir, por lo que me dispuse a hacer las cosas que no podía por su culpa, pero seguía conmigo, debía de haberse mudado al armario.
Traté de hablar con él pero hacía oídos sordos, de manera que aprendí kárate para poder combatirle. Cuando me sentí preparada fui a su encuentro, ya no estaba en el armario.
Empecé a abrir cajones, cajas, baúles, puertas… nada, no aparecía.
Le notaba tan dentro de mí… ahí lo averigüé, su escondite estaba dentro de mi cuerpo, de mi ser.
Llamé a un cirujano, pero me dijo que no cubrían ese tipo de operaciones.
Empecé a correr para ver si le cansaba, y como mi casa no es muy grande con la mente en blanco a causa de la desesperación salí a la calle.
En el momento en el que mis pies descalzos pisaron la acera, supe que se había ido, cuando el viento fresco acarició mi cara por primera vez desde hace años, supe que se marchó con él. Aquello que Miedo me impedía hacer era lo único capaz de apaciguarle y hacer que me dejara ir, o que yo, le dejara ir.
Alba Espada (¿Dónde te escondes?, 2017)
La agorafobia tiene un gran impacto en la vida de aquellos que la sufren. Es un trastorno progresivo e implacable, que poco a poco va acotando el espacio del que lo padece, hasta que en su versión más extrema llega a dejarle encerrado en su propia habitación, como un asustado pajarillo en una jaula.
Esta suele presentarse en el contexto del trastorno de angustia, normalmente asociado al ataque de pánico, cuya vivencia se experimenta con un alto grado de sufrimiento. Este trastorno, es un claro ejemplo de lo que queremos decir cuando afirmamos que la solución intentada se convierte en el problema.
Normalmente, tras una experiencia emocional negativa tan tremenda como la del ataque de pánico, asociamos que una determinada situación o vivencia es la causante del episodio de pánico. Por ejemplo, si tuvimos el ataque de pánico cuando viajábamos en el metro, es posible que comencemos a temer que pueda desencadenarse otro ataque si vuelvo a viajar en él.
De este modo aplicamos la solución intentada de evitar, porque aparentemente funciona, hasta que vuelvo a sufrir otro ataque en otras circunstancias, quizá esta vez en un supermercado, o quizá lo asocie a un lugar cerrado donde hay mucha gente. De este modo, poco a poco, cada vez voy construyendo una jaula más pequeña con los barrotes de la evitación.
Cada vez que evito, creo un doble vínculo, porque al mismo tiempo que evito la situación la conecto con el sentimiento de que no soy capaz de afrontarla. Llegado al extremo, sentiré que soy incapaz de salir de casa, aplicando la lógica de un intento de solución radical consistente en evitar toda situación considerada amenazante.
Cualquier persona que sufre de agorafobia sabe perfectamente que su visión de lo que le amenaza está distorsionada, amplificada, y que la solución aplicada no es la más idónea: pero no es un lógica racional la aplicada en estos casos, sino que es una lógica de la creencia. Simplemente la persona cree que si sale de casa, o viaja en el metro, o va a determinados lugares, sufrirá un ataque de pánico, que perderá el control y bajo la creencia de esa amenaza sólo encuentra sosiego en la solución de evitar, o en su caso pedir ayuda para afrontar la situación que provoca el miedo.